SANTIAGO LOURIDO / MAPAS SAGRADOS

En lo profundo de la selva del pacífico colombiano, moran los habitantes originales de esta geografía. Población indígena que ha convivido con el medio desde el nacimiento de la especie, heredera de la sabiduría ancestral de su cultura, que reuniendo datos del medio en el que vive, interpretándolo y transmitiéndolo oralmente, ha generado un tipo especial de conocimiento al que se accede con la paciencia de los años y si no se es nativo, con el tesón de la confianza. Santiago Lourido, un caleño que estudió en Bogotá artes plásticas y que no olvidó su hogar, hace varios años hizo un primer viaje al pacífico realizando un escaneo fotográfico de su región con el que culminaría su trabajo de grado como fotógrafo profesional. Este fue el inicio de más de una docena de viajes a esta región para ganar la experiencia suficiente que le permitiera combinar el conocimiento académico con el ancestral que fue ganando con los días.

Allí, en el delta de la desembocadura del río san Juan, habitan los Waunana, un grupo indígena conocido por sus artesanías en el que “las mujeres son especialistas en la elaboración de platos y canastos en la fibra de la palma del güérregue,  la cual teñida en rojo con achiote y en negro mediante inmersión en barro oscuro, o con su color crema natural, se teje en espiral, enrollando sobre sí mismo el cordel de fibra y cosiéndolo con hilo del mismo material por medio de la aguja” Esta técnica, aprendida y reinventada por Lourido, fue el medio para comunicarse con el entorno y dejar hablar la naturaleza en sus lienzos a través de la mancha como abstracción pura.

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Las mujeres recolectan las hojas de un arbusto al que llaman Puchikama y las machacan con un mazo en un contenedor de madera. El proceso de teñido se realiza en un recipiente de aluminio puesto al fuego cuyo contenido comprende las hojas de puchikama machacadas, agua y las fibras de güérregue que son sometidas a la cocción hasta que adquieren un color terracota, después estas fibras son enterradas durante cuatro días hasta obtener el color negro, si el color resultante después de los cuatro días no es satisfactorio o suficientemente brillante, las fibras se vuelven a enterrar por dos o tres días más, luego se sacan se lavan y se dejan secar a la sombra.s.

Santiago Lourido aplicando esa información y bajo la tutoría de los Waunana realizó la obra “A fuego de selva” cuya ejecución tomó 5 años. Las tierras del pacífico sur, verdes, rojas, negras, amarillas entre muchas otras, únicas por su composición, son el vehículo por el cual se va a manifestar la naturaleza del pacífico. El tela es hervida y preparada con la puchikama que puede ser verde o salvaje, y roja. Esta como lo indica Lourido “es incluso una planta muy escasa en la selva y ellos mismos la cultivan, a nivel de esencia para ellos es lo mas sagrado”. Al sector que llegaba, trabajaba en las diferentes tierras enterrando los lienzos con el fin de hacer un registro del propio entorno, “las manchas que salen  son de alguna manera una especie de oráculo que te dice una cosa u otra del propio entorno, por eso el trabajo con los Waunana”

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El lienzo es hervido y enterrado, trabajado por las acumulaciones ferrosas de la tierra, estos oxidan los tintes fijándolos y conservándolos intactos hacia el futuro. No es sólo aplicar un tinte en una tela, es una reacción química con el elemento telúrico lo que fija finalmente la mancha como abstracción pura del entorno. “La idea mía es volver casi que al inicio, a esa materia intocable para comunicarme con la tierra y hacer un reflejo de ese entorno, por eso busqué los indígenas, su información ancestral para mi es mucho más pura que la que tenemos nosotros que es mas invasiva” Esta diferencia entre el conocimiento occidental y el ancestral es un punto álgido entre formas que involucran la comprensión del mundo siendo el primero hegemónico respecto a las demás.

El concepto de conocimiento del pensamiento indígena difiere del tradicional que considera comúnmente como válido el que parte del método científico. Esta manera de proceder propia de ciencias exactas se ha intentado aplicar al comportamiento humano a pesar de ser este imprevisible y no cuantificable mediante precisos métodos, por eso es que a partir del s. XVIII se ha procurado comprender al ser humano a través de las ciencias del espíritu que proporciona otras maneras de examinar los hechos de la conciencia obtenidos por la experiencia, determinantes para la existencia misma. El conocimiento del mundo del pensamiento indígena no separa lo racional de lo espiritual integrando todo el entorno en un saber común, conservando una relación más vital con su medio.

Aceptar que hay otras maneras de comprender el mundo es fundamental para interpretarlo de diversas formas. Este incremento de la experiencia humana respecto de otro, nos permite ubicarnos junto a él elevándonos sobre la subjetividad propia para contemplar la generalidad de la que somos parte. En la elaboración de la obra la comunicación con el ambiente es vital, el artista no interviene en su ejecución,  “el hecho de que no tengas una pincelada, sino que estés otorgándole la confianza al entorno para que simplemente plasme su mancha es importante, respetándolo como tal, sin alteración. Ese azar es de alguna manera un lenguaje instituido por el medio” Lo que ocurre es una manifestación, la mancha se fija apareciendo como la voz pura y abstracta de la tierra de la selva del pacífico colombiano.

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Estos momentos de creación de la obra y de la naturaleza, son acompañados por el fotógrafo Nicolás Cabrera quien documenta todo el proceso de Santiago Lourido y la forma como el medio ambiente determina la obra. Esos instantes detenidos por el lente, son el registro de un momento místico en el que lo único que resta es contemplar, como dice Cabrera “Soy un espectador del rito, la combinación de los elementos, de todos los instantes del proceso, la selva, la luz del atardecer, el brillo del agua, la tierra, los entierros, todo contextualiza la obra”  Para él la captura del momento en el que se realiza la obra es similar al proceso mediante el cual la tela obtiene la mancha de la tierra. “El revelado de la imagen en la tela, la oxidación de la tierra, todo esto tiene mucho que ver con la fotografía análoga, es un lenguaje similar en el que intervienen reacciones químicas”

En esta puesta en escena natural sólo el entorno ejecuta la obra, se fotografía un proceso que tiene vida propia, se captura el lenguaje de la tierra del pacífico otorgándole independencia, así lo considera Lourido quien es un observador “una persona que controla unos procesos para que puedan llegar a algo, pero en si misma la obra se hace y su fuerza radica en eso, yo soy el que hago que ese proceso se active pero a nivel de mancha yo no soy el que la hago”

 

Todo el proceso de la obra es una revelación, es una inmersión al interior de la tierra, de convivencia con los demás animales para ser uno con el medio. ¿Acaso en esta experiencia no hay conocimiento? Por supuesto es una forma distinta al conocimiento de las ciencias exactas, también habrá de ser distinto al conocimiento racional de lo moral. ¿Pero no será a pesar de todo conocimiento? Así como los pitagóricos guardaban silencio procurando escuchar la música de las esferas, durante días en la selva en la realización de A fuego de selva, indígenas y artistas no musitaban palabra alguna procurando escuchar con atención el mensaje que la naturaleza les reservaba. Lo que hace presencia en esos momentos es transmisión de conocimiento, acceso a determinadas formas de comprender el mundo que no son precisamente, adecuación del intelecto a la cosa. Este concepto fundacional es uno, no el único.

Fuego de selva demuestra en medio de un interminable conflicto que es posible abstraerse del mismo para dejar que mediante la mancha creada por una reacción natural sea dicho aquello que por su carácter inefable sólo puede ser expresado por un lenguaje superior, el de la naturaleza.

Luis Felipe Vélez / Cali 2012

 
 
 
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